Una visita afanada me obligó a devorar sus calles, lo que sin duda fue un desafío desde lo fotográfico. Verán, disfruto los recorridos pausados, sin agendas, mientras escucho lo que dicen las personas alrededor. Ver a donde miran, adivinar lo que harán en los segundos futuros y preguntarme si allí habrá o no alguna foto que cuente más de ellos. Sobre todo, adoro conversar, llevarme sus nombres y que ellos se queden con la foto. Pero este, no fue el caso.
Pasé de querer habitar los lugares más famosos de Praga, en su casco viejo, a aceptar recorrerlos con cierto afán en tan solo dos días. Sin ahorrar energía iba del reloj astronómico a la catedral de san Vitus, en lo alto de una colina, y luego del puente de Carlos a la Casa danzante en la rivera del río Moldava. Nunca estuve quieto, trataba de aprovechar al máximo los lugares, incluso aquellos recorridos obligados hasta el hotel. “Muévete”, escuchaba a mi maestra una y otra y otra vez.
Hago mío el cliché: en este lugar hay magia. Fachadas con murales antiquísimos, iglesias y catedrales, museos y relatos. La gente camina la ciudad impulsada por el motor del asombro, por cierta gula que le invita a consumir en la próxima esquina algo más bello que en la anterior. Y esta época ayuda: la luz primaveral que la baña mantiene por largos ratos contrastes que fascinan.
Este es un pedacito de una ciudad a la que volvería, sin dudar, en mis próximas vidas.
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Prague
A rushed visit forced me to devour its streets, which was undoubtedly a challenge from a photographic standpoint. You see, I enjoy leisurely strolls, without agendas, while listening to what people around me are saying. Watching where they look, guessing what they'll do in the next few seconds, and wondering if there will be a photo opportunity that tells more about them. Above all, I love to converse, to learn their names and leave them with a photo. But this time, that wasn't the case.
I went from inhabiting the most famous places in Prague, in its old town, to rushing through them in just two days. Without sparing any energy, I went from the Astronomical Clock to St. Vitus Cathedral, atop a hill, and then from Charles Bridge to the Dancing House on the banks of the Vltava River. I was never still, trying to make the most of the places, even those obligatory walks back to the hotel. "Keep moving," my teacher's voice echoed in my head again and again and again.
I'll make the cliché my own: there's magic in this place. Facades adorned with ancient murals, churches and cathedrals, museums and stories. People walk the city driven by the engine of astonishment, by a certain gluttony that invites them to consume something more beautiful at the next corner than at the previous one. And this time of year helps: the springtime light that bathes it maintains contrasts that fascinate for long periods.
This is a small piece of a city I would return to in my next lives.