Noto en mi ciudad una ciudad cansada, cansada de empujar el carro de raspaos a las 4 de la tarde en el centro mientras el sol castiga. Cansada, la ciudad, la mía, de guiar turistas rojos y sudorosos, consumidores voraces de lo exótico, mientras se le cuentan historias dudosas que se tragan por completo. Cansada, sin aliento, como el matrimonio fracasado que se levanta y se saluda y comparte el café y el pan en las mañanas por los hijos que tarde o temprano le abandonarán.
Siento en mi ciudad el agotamiento.
Y quiero fotografiarlo.
Cartagena fue la ciudad en la que nací hace 34 años. Aunque viví por fuera una pequeña parte de mi infancia regresé a ella. Allí me instalé con mi madre y me hicieron profesional. Parte de mi familia está allí. Es una ciudad a la que le debo muchas memorias.
Salí de nuevo y desde hace tres años regreso con frecuencia. Y confieso que me obliga a cuestionar los conceptos de movimiento, de desarrollo, de bienestar. Un escritor a quien solía leer en mi adolescencia la llamaba “ciudad inmóvil” y creo, por ahora, que es su mejor alias.
Soy crítico e injusto, tal vez, ignorante de su historia. Y aunque me obligo a hacer el ejercicio racional de entender qué sucede y por qué, es difícil desligar la emocionalidad del proceso. Tal vez este ejercicio me ayude a ponerme en paz con ella.
¿Qué hay detrás del color y los cantos folclóricos en sus plazas? ¿Qué hay al margen de sus playas y murallas? ¿Qué hay detrás de la postal y el encuadre para la televisión?
Se ha hablado seguido de las dos Cartagenas: la turística y la real. La que genera el dinero para unos cuantos, al norte, y la que sobrevive, solo sobrevive, al sur. Pero es posible que ambas ya se estén mezclando.
Y quiero fotografiarlas.
Este es un proyecto naciente. Uno que espero me tome toda la vida. Así que haré varias entradas. Esta es la primera.
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I notice in my city a tired city, tired of pushing the "raspao" cart at 4 in the afternoon while the sun beats down. Tired, the city, of guiding red and sweaty tourists, voracious consumers of the exotic, while dubious stories are told to them, stories they swallow whole. Tired, breathless, like the failed marriage that rises and greets each other and shares coffee and bread in the mornings, for the children who will eventually leave.
I feel the exhaustion in my city. And I want to photograph it.
Cartagena was the city where I was born 34 years ago. Although I lived a small part of my childhood outside of it, I returned to it. There I settled with my mother and became a professional. Part of my family is there. It is a city to which I owe many memories.
I left again, and for the past three years, I have been returning frequently. And I confess that it forces me to question the concepts of movement, development, and well-being. A writer, whom I used to read in my adolescence, called it the "immobile city," and I believe, for now, that it is its best alias.
I am critical and unfair, perhaps ignorant of its history. And although I force myself to make the rational exercise of understanding what is happening and why, it is difficult to separate the emotionality from this process. Perhaps this exercise will help me make peace with it.
What lies behind the color and folk songs in its squares? What lies beyond its beaches and walls? What lies behind the postcard and the frame for television?
The talk has often been about the two Cartagenas: the touristy one and the real one. The one that generates money for a few, to the north, and the one that survives, only survives, to the south. But it's possible that both are already mixing.
And I want to photograph them.
This is a nascent project. One that I hope will take me a lifetime.